Cabritas con caramelo
- Felipe Fontana
- Oct 29, 2020
- 6 min read
Updated: Nov 4, 2020

¡Cabritas! ¡Palomitas! ¡Pop corn! No importa cómo les llames, esta receta es muy buena para una noche de películas o en general para cualquier ocasión en que compartas con amigos o familia. De hecho, la última vez que la preparé fue en casa de mis padres. Nos alistábamos para ver Danza con Lobos, con Kevin Costner, cuando los sorprendí con este sencillo y rápido snack que te apuesto querrás hacer en tu propia cocina.
Antes de que pudiera ponerle play a la película, mi papá me recordó la primera vez que probé las cabritas, cuando yo era apenas un niño. Lo recordaba y, es más, es precisamente desde ese momento que amo comer este liviano y delicioso tentempié cada vez que voy al cine.
Fue hace varias décadas. Mis padres me llevaron a un circo que recién había llegado a la ciudad. No recuerdo esta parte, pero al parecer les insistí mucho con ir después de que me enteré de que solamente quedaba una función antes que el circo se marchara para nunca volver. Eso lo sabía porque cuando mi mamá me obligó a acompañarla a cortarse el pelo, justo vi pasar una camioneta blanca por el frente de la peluquería anunciándolo. Un payaso de pelo anaranjado y sombrero rojo recitaba grandilocuentemente a través de un megáfono los distintos actos que asombrarían al público en esta última noche de espectáculo: el enano más alto del mundo, payasos, malabaristas, trapecistas, el hombre con las cejas más definidas del mundo, más payasos, y un domador de leones.
La presión fue mucha para mis jóvenes padres, y terminamos por ir. Todo transcurrió con normalidad hasta el último acto. Mis ojos se abrieron con asombro infantil ante las cejas tan definidas de aquel sujeto; ante las acrobacias aéreas de los artistas circenses, fue increíble. La única excepción, diría, fue el enano más alto del mundo, que no era gran cosa. Como sea, para el momento en que anunciaban al domador de leones, último acto de la noche, tuve un repentino ataque de apetito que me puso de mal humor. Ustedes comprenderán que esto nos pasa a quienes tenemos la cocina como pasión. Al menos mi padre lo entendió, y bajamos juntos de las graderías al borde de la explanada circular donde transcurría el show, y donde además se habían dispuesto diversos carros de comida para el público: churros, manzanas confitadas, papitas y, por supuesto, cabritas.
Ya había tenido ocasión de probar todas esas cosas con excepción de las cabritas. Era todo un sibarita, después de todo. Insistí en probarlas. El viejo del carro de cabritas nos dijo que se le habían acabado y que demoraría unos minutos en preparar una nueva tanda. Mi papá intentó disuadirme y convencerme de optar por los churros, de los cuales sobraban, pero no reculé. Si sobraban era por algo, pensé. Esperaríamos las cabritas y además podríamos ver al león de cerca.
Precisamente en ese momento emergió de un compartimiento en el centro de la explanada el domador y su león. El domador vestía un ajustado traje morado con brillantes incrustados, largas botas negras, y un sombrero de copa. En su mano un largo látigo de cuero oscuro que relucía contra los focos dispuestos en las alturas de la carpa. Con su otra mano el domador sujetaba la cadena que rodeaba el cuello del enorme león echado a su lado. El león por su parte se veía bien venido a menos, algo flaco y pálido. En parches sin pelo sobre su lomo se veían cicatrices y lo que parecía un viejo impacto de bala. Su melena dejaba mucho que desear. Quizá sufría de alopecia. Era, al fin y al cabo, un animal de circo, y como tal, hubiera sido decepcionante verlo en buenas condiciones. El león tenía cara de aburrido y triste, pero quizá yo proyecté esas emociones en su rostro. Después de todo, desconozco que tanto pueda gesticular un león. Podríamos decir, mejor, que su aura era la de un león aburrido y triste. Quizá eso es más preciso.
El domador se presentó y acto seguido se acercó al león. Acarició su cabeza, demostrando al público lo mansa e inocua que era esta bestia de tierras tan lejanas. De un tirón de la cadena hizo que el león se pusiera de pie. El domador se acercó a los bordes de la explanada, con el león siguiéndolo a su lado. Supongo que la idea era proveer al público un vistazo más cercano. El domador y su león se acercaban entonces a mí y a mi padre.
Yo estaba muy emocionado de ver al león, por decaído que estuviera. Justo cuando el león llegaba a nuestro sector de la carpa, los granos de maíz de nuestras cabritas empezaron a reventar y saltar violentamente dentro del compartimento de vidrio del carrito. Con cada pop ocasionado por la explosión de los granos, el león parecía alterarse más y más. Los primeros estallidos lo hicieron retroceder, tironeando al domador. Extrañado el domador lo forcejeó de vuelta, pero las explosiones eran ahora mucho más frecuentes, y el león se aterró. Pasó de la tristeza y resignación a una furia hasta entonces adormecida. El león levantó sus patas posteriores para resistir el tirar de la cadena, y pronto pegó un zarpazo a su amo. Como era obvio, sus garras habían sido removidas, pero la fuerza pura de la pata bastó para derribar al domador, quien mientras caía torpemente soltó su látigo.
El vendedor de cabritas, percatándose de su rol en el incidente, intentó quitar el maíz del fuego que lo hacía explotar, pero al abrir la puerta de vidrio de la recamara que contenía la olla, el sonido de las explosiones se hizo más fuerte. El león, asustado, se lanzó sobre el domador que apenas recién intentaba reincorporarse. El león abrió sus fauces y de una sola mordida arrancó uno de los brazos de quien fuera su amo. Nunca olvidaré ese sonido de carne desgarrándose y el grito del domador. A veces pienso en eso, y me angustio. La sangre brotó generosa, a lo que el público, hasta ese momento paralizado por la incertidumbre de lo ocurrido, empezó a correr despavorida hacia las salidas de la carpa. Mi padre hizo lo mismo, tomándome en sus brazos, pero no sin antes aprovechar de tomar rápidamente la única bolsa de cabritas que el vendedor había alcanzado a llenar. Mientras mi papá corría, yo podía ver sobre su hombro lo que ocurría al centro de la carpa.
El león, liberado de los tirones de la cadena, ahora olfateaba al sujeto que yacía quieto en el piso sobre un charco de su propia sangre. Pronto emergieron sombrías figuras por los extremos del escenario, lejos de los focos que apuntaban al león. Vi en la oscuridad payasos y otros personajes exóticos blandiendo rifles y otras armas improvisadas. El enano más alto del mundo tenía un machete, por ejemplo. Sus miradas de miedo, ira, pena, y determinación tenían algo de otro mundo, como extraviadas o imposibles en aquellos rostros pintados de colores tan alegres.
No alcancé a ver lo que ocurrió después, pues mi padre alcanzó la salida y estando afuera nos dedicamos a buscar a mi madre. Eso sí, sonó una nueva explosión, pero esta vez no la de un grano de maíz, sino que la de un disparo. Eran sonidos similares, guardando proporciones. Los rugidos cesaron. El circo terminaba su última función en la ciudad.
Yo quedé pasmado, pero mi papá me sorprendió con las cabritas que había alcanzado a reivindicar. Eran dulces y deliciosas, ¡perfectas para una noche de películas!
Ingredientes:
- 3 cucharaditas de aceite de coco, o un aceite vegetal neutro.
- 1/3 taza de granos de maíz para cabritas.
- 1/3 taza de azúcar (de preferencia morena).
- 1/3 taza de mantequilla vegetal.
- 1 cucharadita de extracto de vainilla.
- 1/4 cucharadita de bicarbonato de sodio.
- Sal a gusto.
Preparación:
1. En una olla alta, de fondo grueso, vierte el aceite y deja calentar a fuego medio alto.
2. Pon uno o dos granos de maíz en la olla. Deja que exploten.
3. Una vez que exploten, quítalos de la olla, y pon el resto de los granos adentro. Deben quedar bien distribuidos, ninguno sobre otro.
4. Tapa la olla, y sácala del fuego. Cuenta 30 segundos. Ponla de nuevo en el fuego.
5. Los granos deberían explotar casi todos juntos. Con cuidado, sacude la olla para que cualquier grano que no hubiera explotado alcance de nuevo el fondo de la olla y explote.
En paralelo, prepara este sencillo caramelo (¡Ten mucho cuidado, el caramelo caliente es peligroso!). Ten mucho ojo de hacerlo con velocidad, el caramelo puede quemarse rápidamente:
1. Derrite la mantequilla en otra olla a fuego medio.
2. Una vez completamente derretida, agrega el azúcar.
3. Revuelve bien, y deja hervir la mezcla a fuego alto. Mezcla continuadamente.
4. Una vez que hierva, baja el fuego a medio y deja cocinar sin revolver hasta que empiece a ponerse dorado.
5. Agregar el extracto de vainilla y revuelve.
6. Agrega el bicarbonato y revuelve una vez más.
Para finalizar, vierte el caramelo sobre las cabritas y revuélvelas bien. Agrega un poco de sal a gusto. ¡El contraste de la sal con el dulzor hace resaltar al caramelo!
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