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Queque de vainilla

  • Writer: Felipe Fontana
    Felipe Fontana
  • Nov 12, 2020
  • 8 min read

Updated: Nov 27, 2020



¿Y si cocinamos un clásico hoy? Hoy la seca de la @la_trini_92, amiga del colegio, me hizo recordar que no debemos subestimar las recetas viejas y confiables de siempre, como su famoso queque de vainilla de la infancia, que me enseñó y haremos el día de hoy.


Hay gente que dice que la vainilla es aburrida. De hecho, en inglés se usa vanilla para caracterizar algo como simple o normal. Pero a mí me consta que hay ocasiones en las cuales la vainilla puede tener efectos muy poderosos. Mi misma amiga Trini me lo enseñó con la receta hoy.


Todo partió porque la Trini era la única en nuestro grupo de amigos del curso que no tenía un celular lo suficientemente avanzado para usar redes sociales, ni jugar los juegos de moda. Sintiendo el yugo de la presión social, la Trini se acercó a sus padres para pedirles un nuevo teléfono.


La verdad es que el Pedro Pablo y la Pascuala, sus papás, siempre fueron reticentes a la idea de darles aparatos tecnológicos a sus hijos, pero ya casi alcanzando la educación media, creo que se dieron cuenta que su política estaba dejando a María Trinidad sin amigos.


Pero esta era una oportunidad para una nueva lección: el valor del trabajo. Fue así como Pedro y Pascuala ofrecieron a la Trini pagarle un poco de dinero por cada tarea doméstica adicional que hiciera: cortar el pasto, limpiar las ventanas del segundo piso, lavar los autos, cosas así. Pero la Trini pronto se percató que haciendo todo lo que podía hacer en casa, no ganaba mucho dinero. Las ventanas y los autos no se ensuciaban lo suficientemente rápido. El celular nuevo se hacía un prospecto muy lejano.


Después de ser descubierta ensuciando ventanas y autos para poder limpiarlos de nuevo, mi amiga empezó a analizar oportunidades de negocios fuera de la limpieza y jardinería del propio hogar. Primero intentó cortar el pasto de otras casas, pero nadie quiso sus servicios. Todos en el barrio tenían uno o dos jardineros contratados. Sin muchas otras ideas, la Trini empezó a vender su colación en el colegio. No todos los días le iba bien, pero los jueves, cuando usualmente la tía Pascuala le mandaba una rebanada de su queque de vainilla, se podía asegurar una buena venta. Todos amaban el queque de vainilla de su mamá. De hecho, en sus celebraciones de cumpleaños el queque no duraba nada, y siempre le pedían que llevara queque a las convivencias de fin de año.


Pronto se hizo una lista de espera para el queque de cada jueves. La Trini tenía queques reservados entre sus compañeros para un par de meses, pero eso no solucionaba la lentitud con que percibía ingresos. Con la excusa de realizar una actividad madre-hija, la Trini le pidió a la tía Pascuala que le enseñara a cocinar el famoso queque. Pronto, hubo queque disponible a la venta toda la semana, y por fin María Trinidad generó un flujo de ganancias estable. Los autos y ventanas de la casa juntaron polvo como nunca.


Los ahorros subían y el celular se acercaba, pero la Trini decidió invertir lo ganado en ingredientes. No quería despertar suspicacias de su familia en casa, por lo que tener un stock de harina y vainilla aparte le permitiría operar con más seguridad, y aumentar el volumen de producción.


Pronto hubo suficiente queque para empezar a ofrecerlo a los cursos paralelos y, después, al resto del colegio. Fue entonces que las autoridades escolares empezaron a sospechar, por lo que la Trini tuvo que hacer las transacciones en lugares cada vez más recónditos: atrás de la cancha de maicillo, en los pasillos subterráneos del gimnasio, en la cripta de la iglesia.


La alta demanda de queques ya le hubiera permitido a la Trini comprar el celular que quería, pero en vez de eso optó por contratar a sus amigos como cocineros y empacadores, quienes iban un par de días a la semana a preparar queques a su casa, cuando sus papás no estaban.


No hizo falta mucho tiempo para que la Trini empezara a quitarle un segmento del mercado a los kioscos del colegio. Estos kioscos se habían licitado a una empresa multinacional de comida que no estaba nada feliz de perder ganancias. Esto llevó a quejas formales por parte de la empresa al colegio, en las cuales se solicitaba al colegio fiscalizar con más celo las actividades ilícitas de su alumnado.


Esto obligó a la Trini a usar parte de sus ingresos para la contratación de centinelas, quienes, a través de un sistema de señales, advertían sobre el movimiento de inspectores y profesores dentro del colegio. Se logró así mantener la venta de queques segura en la clandestinidad. El celular podía esperar.


Pasaron meses de relativa paz, siempre con altos y bajos. A veces había problemas que requerían de un decisivo actuar para salvar al negocio. Un ejemplo: Trini supo que había evidencias de un nuevo queque entrando al mercado. Reportes de los espías de quinto básico indicaban que un producto de calidad inferior, pero de mejor precio, había sido avistado, y empezaba a circular entre los niños de prekínder. La Trini dio la orden de encontrar al responsable. Al final del día de clases, mientras todos salían de la sala, la Trini se quedó en la puerta con dos de sus más grandes guardianes. Dejaron salir a todos menos a Benjamín, su mejor amigo, y uno de sus propios cocineros. Había robado la receta. Había vulnerado su cláusula de no competencia. Tenía que aprender la lección. No era personal. Digamos que ese niño se perdió un par de semanas de clases por un “accidente” escalando un árbol. La Trini perdió un amigo, pero estaba satisfecha: esto serviría de advertencia al resto.


El negocio creció al punto en que empezaron a llegar ordenes de queques enteros de parte de algunos profesores inescrupulosos que no tenían un sentido de lealtad a la institución que los empleaba. Estos mismos profesores empezaron a obstaculizar la investigación seguida contra María Trinidad desde adentro del sistema. Por razonables sumas de dinero y algunos queques con extra glaseado, archivos se empezaron a perder dentro de las oficinas administrativas del colegio. Luego, actas y evidencias fotográficas se perdieron en un incendio sin explicación. Pistas plantadas lograron redirigir la investigación a otros alumnos, quienes se dejaron caer como chivos expiatorios a cambio de una módica suma y una que otra rebanada de queque. Mientras que el diario escolar (donde yo escribía) apaciguaba a las autoridades reportando la caída del imperio de los queques a cambio de queques frescos en la sala de prensa, el negocio seguía bajo pupitres y en baños.


En los pasillos de inspectoría y la sala de profesores ya no se sabía dónde estaban las lealtades. Cada profesor miraba a los otros con recelo. Miradas furtivas a la hora de almuerzo buscaban encontrar queques de vainilla en las meriendas de colegas… pero todos sabían ser discretos. Todo iba bien, todo parecía marchar como una maquina bien aceitada, todo hacía presagiar un esplendoroso futuro.


Pero luego todo colapsó.


El principio del fin fue la protesta que hicieron los cocineros del colegio. Empleados por la multinacional de comidas con la cual el colegio había contratado, al ver sus puestos de trabajo en peligro tras la baja de ventas en los kioscos y el casino, decidieron irse a paro. Hicieron sonar sus ollas y platos en medio del patio principal. Doña Rosa Linda Hernández, repostera del casino, derramó una olla entera de su propia mezcla de queque de vainilla (muy malo, por cierto) frente a la oficina del director Zúñiga, mientras gritaba por justicia.


El diario escolar dedicó portada tras portada al escándalo, y nadie quedó indiferente a las declaraciones que el propio director Zúñiga me hizo cuando lo entrevisté para el Gazette: “Hemos atrapado y sancionado al vendedor de queques. Ustedes mismo lo reportaron. Hoy tenemos todo bajo control, y nuestras autoridades se han encargado de eso”. Lo absurdo de su declaración, al ser contrastada con la realidad, hizo a muchos sospechar que el director estaba comprado. La verdad era más siniestra: uno de los centinelas más antiguos de María Trinidad había seguido al director por días para encontrarle algo. Lograron así descubrir que el honorable director tenía un romance furtivo a espaldas de su esposa. Una fotografía bastaría para sepultar al director. Pronto llegó a su despacho un sobre cerrado con la fotografía, cubierto de migajas de queque para que entendiera el mensaje.


El fracaso del colegio de controlar la situación llevó a la multinacional a anunciar su retiro por incumplimiento de contrato. En total 45 personas perdieron sus empleos. Otra docena fue transferida. El casino y los kioscos quedaron vacíos. Ya no quedaba oposición; o eso parecía.


Rosa Linda Hernández, repostera cesante, habló. En registros que se hicieron públicos con posterioridad, se puede ver como la mujer se acercó a las oficinas de impuestos internos una tarde de viernes. Apenas una semana después un inspector del servicio de impuestos llegó a fiscalizar el negocio. Los libros estaban mal llevados, las declaraciones de impuestos eran inexistentes, no había patentes, ni estándares sanitarios. Se intentó ofrecer queque al agente estatal, pero se negó, alegando que nunca fue bueno para las cosas dulces. Pronto se involucró a la fiscalía porque además de delitos tributarios, se sospechaba la posible comisión de fraude, conductas anticompetitivas, extorsión, lavado de activos y financiamiento terrorista.


Viendo el fin llegar, la Trini envió a dos de sus mejores soldados al edificio donde vivía el inspector de impuestos internos. Los dos matones le esperaron en el ascensor, pero el sujeto logró vencerlos fácilmente con dos empujones. Eran niños, después de todo. Sin embargo, este par de empujones fueron captados por la cámara de seguridad del ascensor. Con estas imágenes en mano, donde se veía a un adulto golpear a dos niños que simplemente se le acercaron un poco, se logró negociar una salida amistosa.


Varios de los cargos se terminaron entonces por desestimar. La Trini tuvo que pagar un par de multas por operar un negocio no autorizado, pero evitó la cárcel. Le quedó lo justo para comprar un nuevo celular, el único legado de su imperio del queque de vainilla… ¡un verdadero clásico que puedes cocinar hoy mismo!


Ingredientes

- 300 gramos de harina.

- 200 gramos de azúcar.

- 1 cucharadita de sal.

- 1 cucharadita de bicarbonato.

- 2 cucharadas de vinagre de manzana.

- 250 ml de agua.

- 125 ml de aceite vegetal neutro.

- 3 cucharaditas de extracto de vainilla.

Para el glaseado opcional:

- 128 gramos de azúcar flor.

- 1 cucharada de mantequilla vegetal.

- 1 cucharadita de extracto de vainilla.

- Leche vegetal a gusto, para alcanzar la consistencia preferida.


Preparación

1. Con algún papel, aceita un molde circular. También puedes cortar papel mantequilla en la forma del molde para ponerlo en su fondo. Con estas medidas evitamos que se pegue el queque al molde.

2. Precalienta tu horno a 180º C.

3. En un bol mezcla la harina, sal, azúcar y bicarbonato.

4. En un jarro o medidor, mezcla el agua, aceite y vainilla. Luego viértelos en el bol con la mezcla seca.

5. Mezcla todo bien, y pon el resultado en el molde aceitado. Mételo al horno por 20 a 30 minutos. Anda revisando, pues cada horno tiene particularidades. Una buena forma de ver si está listo es insertar un palillo al queque. Si sale seco, está todo listo.

6. Para el glaseado, combina todos sus ingredientes en un bol y agrega más o menos leche dependiendo de qué tan espeso lo quieres. Mézclalo bien.

7. Una vez que saques el queque del horno, déjalo enfriar un rato sobre una rejilla, y cúbrelo de glaseado.

Disfruta este queque y asegúrate de comentar y compartir esta receta.

Hasta la próxima.




 
 
 

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©2020 Felipe Fuentes Mejías.
Fotografía por Jael Misraji Giordano.

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